"El pergamino de la seducción" de Gioconda Belli
El siguiente texto pertenece a la novela histórica “El pergamino de la seducción” de Gioconda Belli (Ed. Seix Barral, Barcelona, 2005, Pág. 63-65 y 66), podrás observar la vida y características del gobierno de los Reyes Católicos, especialmente personalidad de Isabel la Católica. Útil a la hora de acercar la novela histórica a la clase de historia y de presentar un relato literario donde es necesario analizar qué aspectos lo hace verosímil.
“Somos una familia de nómadas. Mis padres son reyes en guerra y la corte va de castillo en castillo. Primero han tenido que batallar contra los partidarios de Juana la Beltraneja en la guerra de Sucesión. Tras su victoria, en 1485, han continuado afianzando su poder proponiéndose culminar la reconquista de Granada, último bastión de los moros. Ha nacido mí hermana, María, y mi nodriza la amamanta ahora a ella, mientra a mí me cuida Teresa de Manrique. Apenas me queda tiempo para jugar entre los muchos oficios que mi madre ha dispuesto para que sus hijos crezcamos como digno príncipes y princesas de Castilla y Aragón. Aprendo a tocar el clavicordio, a bailar, a tejer. Si soy buena, Teresa me lleva a la cocina y me prepara dulces con azúcar rosada. Si río a carcajada me dan de palos porque la experiencia enseña que el castigo físico es medicina para la locura de las niñas y que el dolor es saludable para la disciplina… He empezado mí instrucción con el maestro y doctor dominico, Andrés de la Miranda. Él ha dejado su monasterio en Burgos para convertirse en nuestro tutor. En la clase de latín, mi hermana pequeña se duerme sobre la mesa. Yo no puedo dormirme porque el padre Andrés es severo y me escarmienta describiéndome las penas del infierno… Don Andrés habla de la gran cantidad de infieles (judíos y moros) que pululan por nuestros reinos y adoran otros dioses… Sueño con ser adulta y no tener que vivir más con guerras, persecuciones y miedo (…) María, Catalina y yo seríamos, para mi padre el recordatorio de que había dado a Castilla y Aragón un solo heredero varón; ese flaco y endeble hermano Juan, a quien yo aventajaba como lancera porque mi flecha nunca dejaba la ballesta si no era para dar en el blanco. De haberle sucedido a Juan lo que a mí, cuando atravesamos el (río) Tajo en ruta hacia Toledo, y mí mula perdió pie y se hundió en la corriente, ya no tendríamos príncipe heredero. Pero yo no perdí la cabeza, ni me paralice cuando el agua fría me cortó hasta la respiración y dejó mi traje de terciopelo tan pesado como una armadura. Agarre mí mula de las orejas y la hice emerger del agua. Luego me aferre a ella y hundí mis piernas en sus costados para que nadara hacia la orilla. Temblaba mi cuerpo, pero mi pecho estaba tranquilo y triunfante, sobre todo cuando vi los rostros de las damas y los caballeros y los sirvientes, anonadados y pálidos, mirarme incrédulos, aliviados y llenos de admiración ante mí bravía. Diez años tenía, pero era hija de mi madre, a quien tantas veces había visto, desde la ventana de mi habitación, salir de madrugada a caballo al frente de sus soldados a combatir al enemigo. Para recompensarme, no bien llegamos al palacio, me llevaron en presencia de mis padres. Mi padre me abrazó y me dio un tirón cariñoso en la trenza que colgaba de mi espalda... Estaba orgulloso de mí. Mi madre me apretó contra ella. No me importó el olor rancio que despedía desde la extraña promesa que hizo de no bañarse hasta conquistar Granada.(…) No fue sino hasta la adolescencia que logré reconstruir el pasado que hizo de mi madre una formidable mujer… Mi madre había sentido gran afecto por su medio hermano Enrique, hijo del primer matrimonio del Rey Juan I, su padre. Cuando el rey Juan murió, la corona pasó a manos de Enrique, quien se convirtió en Enrique IV. Este medio hermano, convenció a mi abuela de la conveniencia de que mi madre y su hermano Alfonso se trasladaran a vivir a la corte en Valladolid y dejar Arévalo. La abuela no quería dejarlos ir, pero no pudo oponerse. Después de que partieron sus hijos la venció la locura. Mi madre tenía diez años y Alfonso nueve. Hablaban más portugués que castellano. Por ese tiempo nació la princesa Juana, hija de Enrique y Juana de Portugal. Mi madre y mí tío estuvieron presentes en su bautismo y oyeron al rey proclamarla futura heredera de Castilla ¿Cómo iba a imaginar mi madre que un día estaría en guerra contra esa criatura por la sucesión al trono? La vida licenciosa del rey… y los rumores de que el caballero Beltrán de la Cueva era íntimo de la reina, hizo que la nobleza empezara a llamar a la pequeña princesa, Juana “la Beltraneja”. A pesar de esto, el rey, en vez de alejar a don Beltrán, le concedió más y más títulos nobiliarios… el favoritismo fue demasiado para los nobles, sobre todos para los poderosos…. Los desmanes de Enrique, las dudas sobre la legitimidad de su hija, llevaron a varios nobles a propugnar que la corona de Castilla se entregase a mi tío Alfonso. El presunto heredero Alfonso, sin embargo, murió tras cenar una trucha _ quizás envenenado, porque ¿quién muere de eso?_, y la designada entonces para ocupar el trono pasó a ser mi madre. Tras presiones, levantamientos y asedios militares, el rey aceptó que mi madre lo sucediera y firmó en Toros de Guisando una tratado. Más de una vez, sin embargo, el rey Enrique renegó de este compromiso. Mi madre vivió varios años de su vida en vilo. La intentaron casar varias veces con el Rey de Portugal y con un caballero mucho mayor que ella, pero al fin se propuso el matrimonio con mi padre, Fernando, para así lograr el apoyo de Aragón en la lucha sucesoria. Mis padres se casaron... en una ceremonia preparada sigilosamente, a la que mi padre llegó de incógnito, disfrazado de arriero. Sólo después de la boda solemne y los seis días de fiesta, mandaron un emisario a notificarle del suceso al rey Enrique, quien se enfureció tanto que volvió a proclamar a Juana “la Beltraneja” como heredera. Se dice, que entre mis padres, hubo amor desde que se conocieron. Ambos eran jóvenes, hermosos y supongo que las secretas circunstancias de su matrimonio, saber que estaba de por medio la unión de Castilla y Aragón y los peligros, alimentaron la atracción de uno por el otro. Mi madre… se jugó el todo por el todo al asumir su derecho a la sucesión de la corona de Castilla. Pero el gesto más revelador de su genio es la manera en que, al día siguiente de la muerte de Enrique, quien murió sin dejar testamento, se hizo coronar reina de facto en Segovia el 13 de diciembre de 1474, en virtud del tratado de Toros de Guisando y sin esperar a mi padre. Él había aceptado ser rey consorte … cuando él llegó a Segovia el 2 enero fue recibido en las afueras de la ciudad por el cardenal Mendoza y el arzobispo Carrillo… en su camino hacia la ciudad vio los suburbios todos adornados con estandartes y el júbilo de las gentes que salían a ovacionarlo mientras la música regaba las calles. Los mejores juglares cantaban desde las esquinas acompañados por hombres que escupían fuego por la boca o balanceando objetos sobre sus cabezas. Fue un recibimiento triunfante que se prolongó hasta el atardecer… mi madre esperó a que la procesión entrara a la plaza para dejarse ver en lo alto de la escalinata del Alcázar, engalanada con su tiara y un collar de rubíes sobre su garganta. Con la juventud y belleza de sus veintitrés años, bajó entre las aclamaciones de sus súbditos a reunirse con su marido para acompañarlo a la catedral, donde él juró su alianza a la ciudad y dio su promesa de defender y hacer cumplir las leyes de Castilla. Pocos días después, mis padres escogieron el emblema y la divisa: ‘tanto monta, monta tanto’.”
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