28 jun 2012

Descubrimiento del Río de la Plata (viajes de Solís y Gaboto)

El río "ancho como mar"
        Tierra Argentea (Lope Homen,1554)
A comienzos del siglo XVI, Juan Díaz de Solís, "Piloto Mayor del Reino", reconocía las costas de Brasil en busca del tan ansiado canal interoceánico. Las dimensiones del estuario platense lo confundieron: convencido de haber encontrado el camino, se adentró en el "río ancho como mar" al que bautizó Mar Dulce.
La primera escala fue en el lugar que llamó "Bahía de la Candelaria", probablemente en el emplazamiento actual de Montevideo. Más adelante ancló en la isla que denominó "San Gabriel", frente a lo que hoy es Colonia. Allí quedaron dos de sus naves, mientras él continuó río arriba hasta otra isla, que recibió el nombre de Martín García en honor a uno de los tripulantes que murió allí. Con solo cincuenta hombres desembarcó en tierra firme, cerca de la zona de Carmelo. Allí fue atacado por los nativos y -según testimonio de los sobrevivientes- devorado por ellos. Aunque la tradición atribuyó este episodio a los charrúas, sus autores fueron los guaraníes, quienes, como se sabe, practicaban la antropofagia. Fracasado el proyecto, de la audaz expedición de Solís solo quedó un grumete -Francisco del Puerto- que se adaptó a la convivencia con los indios y fue más tarde rescatado por Sebastián Gaboto.
Díaz de Solís, grabado de Poma de Ayala 

Información extra: La antropofagia que practicaban los guaraníes, si bien implicaba comer carne humana, no debe ser confundida con canibalismo. Era antropofagia "ritual" y su sentido principal era "alimentarse" del espíritu y fortaleza del enemigo derrotado.

El piloto desobediente
Con la mira aún puesta en Oriente salió Sebastián Gaboto del mismo puerto sevillano, para cumplir el encargo real de volver "cargado de especias, piedras preciosas, oro y seda". Recaló en las costas de Brasil, a la altura de Pernambuco, en 1525. En aquella pequeña población fundada por los portugueses y en contacto con algunos sobrevivientes de anteriores expediciones, tuvo noticia de fabulosas riquezas que aguardaban en algún lugar del continente. Decidió entonces cambiar el objetivo que le había sido encomendado por el rey y explorar la región en busca de la legendaria "sierra de la plata" que todos evocaban.
Entre 1526 y 1527 remontó el curso del Río de Solís -al que rebautizó "Río de la Plata" en virtud de la ilusión perseguida- y también parte del Paraná. Sin embargo, pronto tuvo que desistir de su proyecto ante la carencia de recursos para una empresa más grande de lo imaginado y los ataques de una población poco amigable. En 1530, cuando volvió a España, el fuerte de "Sancti Spiritu" que había levantado a su paso fue totalmente destruido.

Texto de: http://www.kalipedia.com/

15 jun 2012

Nuestro pasado indígena

Un paisaje irreconocible
Se presume que la presencia del "homo sapiens" en la cuenca del Río de la Plata tiene una antigüedad de diez o doce mil años. Los contemporáneos de estos primeros habitantes fueron mamíferos enormes ya desaparecidos, como el gliptodonte -especie de armadillo gigante-, el tigre "dientes de sable" o el perezoso, y raros ejemplares de equinos y cérvidos. De ellos habrían adquirido su alimento y su abrigo aquellas poblaciones, mediante rudimentarios instrumentos líticos. En ese entonces, las márgenes del Río de la Plata estaban próximas, permitiendo el trasiego de hombres y animales a uno y otro lado del río. Hacía más frío y el paisaje era más árido que el actual. Unos seis o siete mil años atrás comenzó a procesarse un cambio climático a consecuencia del cual crecieron ríos y arroyos, en algunos casos hasta cinco metros por encima del nivel del presente. El clima se tornó húmedo y la vegetación más abundante. Hace aproximadamente dos mil años, se estabilizaron las aguas y el paisaje cobró el aspecto que mantiene hasta hoy.
Los pioneros
Los antiguos pobladores de esta zona procedieron, probablemente, de un centro de difusión ubicado en alguna parte de la selva amazónica. Durante miles de años se habrían dispersado por el continente y en el caso de la cuenca platense, habrían bajado por los grandes cauces del Paraná y el Uruguay, donde se encontraron las huellas arqueológicas más antiguas. Ellas muestran el uso de instrumentos de piedra tallada y pulida, para la caza y procesamiento de venados, carpinchos o ñandúes, y otros útiles de piedra o hueso para la pesca en ríos y lagunas. También fueron halladas armas arrojadizas, como boleadoras, proyectiles y puntas de lanza, así como morteros y mazos "rompecabezas". Ha sido posible distinguir áreas especializadas en sus asentamientos dedicadas al trabajo de la piedra, la cocción de alimentos o la producción de fuego. Petroglifos de unos cuatro mil años de antigüedad y pictoglifos de unos dos mil, han sido atribuidos a estos grupos y abundan en el interior del país.


Los constructores de "cerritos"
Una amplia región que comprende el sur de Brasil, el litoral atlántico del Uruguay y cercanías de la pampa argentina, presenta una constelación de curiosas construcciones que han sido denominadas "cerritos de indios". Corresponden a poblaciones semisedentarias. Dichos cerritos no son otra cosa que tumbas, montículos artificiales en los que se enterraba en sucesivas capas a los muertos, frecuentemente rodeados de sus enseres. En ellos se han encontrado esqueletos fósiles de entre 800 y 3.000 años de antigüedad.


Los alfareros del litoral
En el litoral oeste y al norte, sobre las márgenes del río Uruguay, hay testimonios de asentamientos estables desde hace aproximadamente dos mil o tres mil años. Estos grupos, usufructuarios de los ricos recursos de la mesopotamia entre el Paraná y el Uruguay, produjeron una cerámica rudimentaria. Vasijas cocidas a fuego abierto fueron usadas para la preparación o almacenamiento de alimentos y el transporte de líquidos.
Sus herederos, hace unos mil ochocientos años, incorporaron elementos simbólicos a la decoración de estas vasijas, a las que en ocasiones dieron forma de animales.

Los andariegos
Las vastas praderas entre el litoral oceánico y el río Uruguay eran una "tierra de nadie", o mejor dicho, campo abierto a los grupos nómades que se desplazaban continuamente. Tal vez los numerosos pictoglifos hallados en esas zonas sean "marcas" de territorios defendidos o pretendidos, a modo de fronteras, entre los distintos grupos indígenas.