14 mar 2020

La época de la "Guerra Total"

Hileras de rostros grisáceos que murmuran, teñidos de temor,
abandonan sus trincheras, y salen a la superficie,
mientras el reloj marca indiferente y sin cesar el tiempo [en
sus muñecas] y la esperanza, con ojos furtivos y puños cerrados,
se sumerge en el fango. ¡Oh Señor, haz que esto termine!

SIEGFRIED SASSOON (1947)


«Las lámparas se apagan en toda Europa —dijo Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, mientras contemplaba las luces de Whitehall durante la noche en que Gran Bretaña y Alemania entraron en guerra en 1914—. No volveremos a verlas encendidas antes de morir.» Al mismo tiempo, el gran escritor satírico Karl Kraus se disponía en Viena a denunciar aquella guerra en un extraordinario reportaje drama de 792 páginas al que tituló Los últimos días de la humanidad. Para ambos personajes la guerra mundial suponía la liquidación de un mundo y no eran sólo ellos quienes así lo veían. No era el fin de la humanidad, aunque hubo momentos, durante los 31 años de conflicto mundial que van desde la declaración austríaca de guerra contra Serbia el 28 de julio de 1914 y la rendición incondicional del Japón el 14 de agosto de 1945 —cuatro días después de que hiciera explosión la primera bomba nuclear—, en los que pareció que podría desaparecer una gran parte de la raza humana... La humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que lo sustentaban. El siglo xx no puede concebirse disociado de la guerra, siempre presente aun en los momentos en los que no se escuchaba el sonido de las armas y las explosiones de las bombas. La crónica histórica del siglo..., debe comenzar con el relato de los 31 años de guerra mundial.
Para quienes se habían hecho adultos antes de 1914, el contraste era tan brutal que muchos de ellos, incluida la generación de los padres de este historiador o, en cualquier caso, aquellos de sus miembros que vivían en la Europa central, rechazaban cualquier continuidad con el pasado. «Paz» significaba «antes de 1914», y cuanto venía después de esa fecha no merecía ese nombre. Esa actitud era comprensible, ya que desde hacía un siglo no se había registrado una guerra importante, es decir, una guerra en la que hubieran participado todas las grandes potencias, o la mayor parte de ellas. En ese momento, los componentes principales del escenario internacional eran las seis «grandes potencias» europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria-Hungría, Prusia —desde 1871 extendida a Alemania— y, después de la unificación, Italia), Estados Unidos y Japón. Sólo había habido un breve conflicto en el que participaron más de dos grandes potencias (...) y lo normal era que las guerras duraran meses o incluso... semanas (...) Anteriormente, nunca se había producido una guerra mundial. En el siglo XVIII, Francia y Gran Bretaña se habían enfrentado en diversas ocasiones... Sin embargo, entre 1815 y 1914 ninguna gran potencia se enfrentó a otra más allá de su región de influencia inmediata, aunque es verdad que eran frecuentes las expediciones agresivas de las potencias imperialistas, o de aquellos países que aspiraban a serlo, contra enemigos más débiles de ultramar. La mayor parte de ellas eran enfrentamientos desiguales, como las guerras de los Estados Unidos contra México (1846-1848) y España (1898) y las sucesivas campañas de ampliación de los imperios coloniales británico y francés, aunque en alguna ocasión no salieron bien librados, como cuando los franceses tuvieron que retirarse de México en la década de 1860 y los italianos de Etiopía en 1896. Incluso los más firmes oponentes de los estados modernos, cuya superioridad en la tecnología de la muerte era cada vez más abrumadora, sólo podían esperar, en el mejor de los casos, retrasar la inevitable retirada. Esos conflictos exóticos sirvieron de argumento para las novelas de aventuras o los reportajes que escribía el corresponsal de guerra (ese invento de mediados del siglo XIX), pero no repercutían directamente en la población de los estados que los libraban y vencían. 
Pues bien, todo eso cambió en 1914. En la primera guerra mundial participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos excepto España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza. Además,  diversos países de ultramar enviaron tropas, en muchos casos por primera vez, a luchar fuera de su región. Así, los canadienses lucharon en Francia, los australianos y neozelandeses forjaron su conciencia nacional en una península del Egeo (...), los Estados Unidos desatendieron la advertencia de George Washington de no dejarse involucrar en «los problemas europeos» y trasladaron sus ejércitos a Europa, condicionando con esa decisión la trayectoria histórica del siglo XX. Los indios fueron enviados a Europa y al Próximo Oriente, batallones de chinos viajaron a Occidente y hubo africanos que sirvieron en el ejército francés. Aunque la actividad militar fuera de Europa fue escasa, excepto en el Próximo Oriente, también la guerra naval adquirió una dimensión mundial: la primera batalla se dirimió en 1914 cerca de las islas Malvinas y las campañas decisivas, que enfrentaron a submarinos alemanes con convoyes aliados, se desarrollaron en el Atlántico norte y medio (...) En cuanto a las colonias de las potencias imperiales, no tenían posibilidad de elección..., prácticamente el mundo entero era beligerante o había sido ocupado (o ambas cosas). En cuanto al escenario de las batallas, los nombres de las islas melanésicas y de los emplazamientos del norte de África, Birmania y Filipinas comenzaron a resonar para los lectores de periódicos y los radioyentes —no hay que olvidar que fue por excelencia la guerra de los boletines de noticias radiofónicas—...
Ya fueran locales, regionales o mundiales, las guerras del siglo XX tendrían una dimensión infinitamente mayor que los conflictos anteriores. De un total de 74 guerras internacionales ocurridas entre 1816 y 1965, una serie de especialistas de Estados Unidos —a quienes les gusta hacer ese tipo de cosas— han ordenado por el número de muertos que causaron, las que ocupan los cuatro primeros lugares de la lista se han registrado en el siglo XX: las dos guerras mundiales... En conclusión, 1914 inaugura la era de las matanzas (Singer, 1972, pp. 66 y 131).
…la primera guerra mundial… comenzó como una guerra esencialmente europea entre la Triple Alianza, constituida por Francia, Gran Bretaña y Rusia, y las llamadas «potencias centrales» (Alemania y Austria-Hungría). Serbia y Bélgica se incorporaron inmediatamente al conflicto como consecuencia del ataque austriaco contra la primera (que, de hecho, desencadenó el inicio de las hostilidades) y del ataque alemán contra la segunda (que era parte de la estrategia de guerra alemana). Turquía y Bulgaria se alinearon poco después junto a las potencias centrales, mientras que en el otro bando la Triple Alianza dejó paso gradualmente a una gran coalición. Se compró la participación de Italia y también tomaron parte en el conflicto Grecia, Rumanía y, en menor medida, Portugal. Como cabía esperar, Japón intervino casi de forma inmediata para ocupar posiciones alemanas en el Extremo Oriente y el Pacífico occidental... Los Estados Unidos entraron en la guerra en 1917 y su intervención iba a resultar decisiva. Los alemanes, como ocurriría también en la segunda guerra mundial, se encontraron con una posible guerra en dos frentes, además del de los Balcanes al que les había arrastrado su alianza con Austria-Hungría. (...)  El ejército alemán penetró en Francia por diversas rutas, atravesando entre otros el territorio de la Bélgica neutral, y sólo fue detenido a algunos kilómetros al este de París, en el río Marne, cinco o seis semanas después de que se hubieran declarado las hostilidades. (El plan triunfaría en 1940.) A continuación, se retiraron ligeramente y ambos bandos —los franceses apoyados por lo que quedaba de los belgas y por un ejército de tierra británico que muy pronto adquirió ingentes proporciones— improvisaron líneas paralelas de trincheras y fortificaciones defensivas que se extendían sin solución de continuidad desde la costa del canal de la Mancha en Flandes hasta la frontera suiza, dejando en manos de los alemanes una extensa zona de la parte oriental de Francia y Bélgica. Las posiciones apenas se modificaron durante los tres años y medio siguientes. Ese era el «frente occidental», que se convirtió probablemente en la maquinaria más mortífera que había conocido hasta entonces la historia del arte de la guerra. Millones de hombres se enfrentaban desde los parapetos de las trincheras formadas por sacos de arena, bajo los que vivían como ratas y piojos (y con ellos). De vez en cuando, sus generales intentaban poner fin a esa situación de parálisis. Durante días, o incluso semanas, la artillería realizaba un bombardeo incesante —un escritor alemán hablaría más tarde de los «huracanes de acero» (Ernst Jiinger, 1921)— para «ablandar» al enemigo y obligarle a protegerse en los refugios subterráneos hasta que en el momento oportuno oleadas de soldados saltaban por encima del parapeto, protegido por alambre de espino, hacia «la tierra de nadie», un caos de cráteres, troncos de árboles caídos, barro y cadáveres abandonados, para lanzarse hacia las ametralladoras que, como ya sabían, iban a segar sus vidas.

(...) No es sorprendente que para los británicos y los franceses, que lucharon durante la mayor parte de la primera guerra mundial en el frente occidental, aquella fuera la «gran guerra», más terrible y traumática que la segunda guerra mundial. Los franceses perdieron casi el 20 por 100 de sus hombres en edad militar, y si se incluye a los prisioneros de guerra, los heridos y los inválidos permanentes y desfigurados —los gueules cassés («caras partidas») que al acabar las hostilidades serían un vivido recuerdo de la guerra—, sólo algo más de un tercio de los soldados franceses salieron indemnes del conflicto. Esa misma proporción puede aplicarse a los cinco millones de soldados británicos. Gran Bretaña perdió una generación, medio millón de hombres que no habían cumplido aún los treinta años (Winter, 1986, p. 83), en su mayor parte de las capas altas, cuyos jóvenes, obligados a dar ejemplo en su condición de oficiales, avanzaban al frente de sus hombres y eran, por tanto, los primeros en caer. Una cuarta parte de los alumnos de Oxford y Cambridge de menos de 25 años que sirvieron en el ejército británico en 1914 perdieron la vida (Winter, 1986, p. 98). En las filas alemanas, el número de muertos fue mayor aún que en el ejército francés, aunque fue inferior la proporción de bajas en el grupo de población en edad militar, mucho más numeroso (el 13 por 100). Incluso las pérdidas aparentemente modestas de los Estados Unidos (116.000, frente a 1,6 millones de franceses, casi 800.000 británicos y 1,8 millones de alemanes) ponen de relieve el carácter sanguinario del frente occidental... En efecto, aunque en la segunda guerra mundial el número de bajas estadounidenses fue de 2,5 a 3 veces mayor que en la primera, en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos sólo lucharon durante un año y medio (tres años y medio en la segunda guerra mundial) y no en diversos frentes sino en una zona limitada. Pero peor aún que los horrores de la guerra en el frente occidental iban a ser sus consecuencias. La experiencia contribuyó a brutalizar la guerra y la política, pues si en la guerra no importaban la pérdida de vidas humanas y otros costes, ¿por qué debían importar en la política? Al terminar la primera guerra mundial, la mayor parte de los que habían participado en ella —en su inmensa mayoría como reclutados forzosos— odiaban sinceramente la guerra. 
Sin embargo, algunos veteranos que habían vivido la experiencia de la muerte y el valor sin rebelarse contra la guerra desarrollaron un sentimiento de indomable superioridad, especialmente con respecto a las mujeres y a los que no habían luchado, que definiría la actitud de los grupos ultra-derechistas de posguerra. Adolf Hitler fue uno de aquellos hombres para quienes la experiencia de haber sido un Fmntsoldat fue decisiva en sus vidas. Sin embargo, la reacción opuesta tuvo también consecuencias negativas. Al terminar la guerra, los políticos, al menos en los países democráticos, comprendieron con toda claridad que los votantes no tolerarían un baño de sangre como el de 1914-1918. Este principio determinaría la estrategia de Gran Bretaña y Francia después de 1918...
El problema para ambos bandos residía en cómo conseguir superar la parálisis en el frente occidental (...) Ambos bandos confiaban en la tecnología. Los alemanes —que siempre habían destacado en el campo de la química— utilizaron gas tóxico en el campo de batalla, donde demostró ser monstruoso e ineficaz, dejando como secuela el único acto auténtico de repudio oficial humanitario contra una forma de hacer la guerra, la Convención de Ginebra de 1925, en la que el mundo se comprometió a no utilizar la guerra química. En efecto, aunque todos los gobiernos continuaron preparándose para ella y creían que el enemigo la utilizaría, ninguno de los dos bandos recurrió a esa estrategia en la segunda guerra mundial, aunque los sentimientos humanitarios no impidieron que los italianos lanzaran gases tóxicos en las colonias. El declive de los valores de la civilización después de la segunda guerra mundial permitió que volviera a practicarse la guerra química... Los británicos fueron los pioneros en la utilización de los vehículos articulados blindados, conocidos todavía por su nombre en código de «tanque», pero sus generales, poco brillantes realmente, no habían descubierto aún cómo utilizarlos. Ambos bandos usaron los nuevos y todavía frágiles aeroplanos y Alemania utilizó curiosas aeronaves en forma de cigarro, cargadas de helio, para experimentar el bombardeo aéreo, aunque afortunadamente sin mucho éxito. La guerra aérea llegó a su apogeo, especialmente como medio de aterrorizar a la población civil, en la segunda guerra mundial. 
La única arma tecnológica que tuvo importancia para el desarrollo de la guerra de 1914-1918 fue el submarino, pues ambos bandos, al no poder derrotar al ejército contrario, trataron de provocar el hambre entre la población enemiga. Dado que Gran Bretaña recibía por mar todos los suministros, parecía posible provocar el estrangulamiento de las Islas Británicas mediante una actividad cada vez más intensa de los submarinos contra los navíos británicos. 
La campaña estuvo a punto de triunfar en 1917, antes de que fuera posible contrarrestarla con eficacia, pero fue el principal argumento que motivó la participación de los Estados Unidos en la guerra. Por su parte, los británicos trataron por todos los medios de impedir el envío de suministros a Alemania, a fin de asfixiar su economía de guerra y provocar el hambre entre su población. Tuvieron más éxito de lo que cabía esperar, pues,…, la economía de guerra germana no funcionaba con la eficacia y racionalidad de las  que se jactaban los alemanes. No puede decirse lo mismo de la máquina militar  alemana que, tanto en la primera como en la segunda guerra mundial, era muy superior a todas las demás. La superioridad del ejército alemán como  fuerza militar podía haber sido decisiva si los aliados no hubieran podido contar  a partir de 1917 con los recursos prácticamente ilimitados de los Estados  Unidos... los aliados se recuperaron gracias al envío masivo de refuerzos y pertrechos  desde los Estados Unidos, durante un tiempo pareció que la suerte de la guerra estaba decidida. Cuando los aliados comenzaron a avanzar en el verano de 1918, la conclusión de la guerra fue sólo cuestión de unas pocas semanas. Las potencias centrales no sólo admitieron la derrota sino que se derrumbaron (...)
¿Por qué, pues, las principales potencias de ambos bandos consideraron la primera guerra mundial como un conflicto  en el que sólo se podía contemplar la victoria o la derrota total? La razón es que, a diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por motivos limitados y concretos, la primera guerra mundial perseguía objetivos ilimitados. En la era imperialista, se había producido la fusión de la política y la economía. La rivalidad política internacional se establecía en función del crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característico era precisamente que no tenía límites...  Era un objetivo absurdo y destructivo que arruinó tanto a los vencedores  como a los vencidos (...)
A Alemania se le impuso una paz con muy duras condiciones, justificadas con el argumento de que era la única responsable de la guerra y de todas  sus consecuencias (la cláusula de la «culpabilidad de la guerra»), con el fin  de mantener a ese país en una situación de permanente debilidad. El procedimiento utilizado para conseguir ese objetivo no fue tanto el de las amputaciones territoriales (aunque Francia recuperó Alsacia-Lorena, una amplia  zona de la parte oriental de Alemania pasó a formar parte de la Polonia restaurada —el «corredor polaco» que separaba la Prusia Oriental del resto de Alemania— y las fronteras alemanas sufrieron pequeñas modificaciones) sino otras medidas. En efecto, se impidió a Alemania poseer una flota importante, se le prohibió contar con una fuerza aérea y se redujo su ejército de  tierra a sólo 100.000 hombres; se le impusieron unas «reparaciones» (resarcimiento de los costos de guerra en que habían incurrido los vencedores) teóricamente  infinitas; se ocupó militarmente una parte de la zona occidental del país; y se le privó de todas las colonias de ultramar (...)



Fragmentos de "Historia del siglo XX" de Eric Hobsbawm: Cap. La era de las catástrofes.
Viñetas de Jacques Tardi

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