Hileras de rostros grisáceos que murmuran, teñidos de
temor,
abandonan sus trincheras, y salen a la superficie,
mientras el reloj marca indiferente y sin cesar el tiempo [en
sus muñecas] y la
esperanza, con ojos furtivos y puños cerrados,
se sumerge en el fango. ¡Oh Señor, haz que esto termine!
SIEGFRIED SASSOON (1947)
«Las
lámparas se apagan en toda Europa —dijo Edward Grey, ministro de Asuntos
Exteriores de Gran Bretaña, mientras contemplaba las luces
de Whitehall durante la noche en que Gran Bretaña y Alemania entraron en
guerra en 1914—. No volveremos a verlas encendidas antes de morir.» Al
mismo tiempo, el gran escritor satírico Karl Kraus se disponía en Viena a
denunciar aquella guerra en un extraordinario reportaje drama de 792
páginas al que tituló Los últimos días de la humanidad. Para
ambos personajes la guerra mundial suponía la liquidación de un mundo y no
eran sólo ellos quienes así lo veían. No era el fin de la humanidad,
aunque hubo momentos, durante los 31 años de conflicto mundial que van
desde la declaración austríaca de guerra contra Serbia el 28 de julio de
1914 y la rendición incondicional del Japón el 14 de agosto de 1945
—cuatro días después de que hiciera explosión la primera bomba nuclear—,
en los que pareció que podría desaparecer una gran parte de la raza humana... La
humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización
decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los
pilares que lo sustentaban. El siglo xx no puede concebirse disociado de
la guerra, siempre presente aun en los momentos en los que no se escuchaba
el sonido de las armas y las explosiones de las bombas. La crónica
histórica del siglo..., debe comenzar con el relato de los 31 años de
guerra mundial.
Para
quienes se habían hecho adultos antes de 1914, el contraste era tan brutal
que muchos de ellos, incluida la generación de los padres de este
historiador o, en cualquier caso, aquellos de sus miembros que vivían en la Europa central, rechazaban cualquier
continuidad con el pasado. «Paz» significaba «antes de 1914»,
y cuanto venía después de esa fecha no merecía ese nombre. Esa actitud era
comprensible, ya que desde hacía un siglo no se había registrado una
guerra importante, es decir, una guerra en la que hubieran
participado todas las grandes potencias, o la mayor parte de ellas. En ese
momento, los componentes principales del escenario internacional eran las
seis «grandes potencias» europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia,
Austria-Hungría, Prusia —desde 1871 extendida a Alemania— y, después de la
unificación, Italia), Estados Unidos y Japón. Sólo había habido un breve
conflicto en el que participaron más de dos grandes potencias (...) y lo
normal era que las guerras duraran meses o incluso... semanas
(...) Anteriormente, nunca se había producido una guerra mundial. En el
siglo XVIII, Francia y Gran Bretaña se habían enfrentado en diversas
ocasiones... Sin embargo, entre 1815 y
1914 ninguna gran potencia se enfrentó a otra más allá de su región de
influencia inmediata, aunque es verdad que eran frecuentes las
expediciones agresivas de las potencias imperialistas, o de aquellos
países que aspiraban a serlo, contra enemigos más débiles de ultramar. La
mayor parte de ellas eran enfrentamientos desiguales, como las guerras de
los Estados Unidos contra México (1846-1848) y España (1898) y las sucesivas
campañas de ampliación de los imperios coloniales británico y francés,
aunque en alguna ocasión no salieron bien librados, como cuando los
franceses tuvieron que retirarse de México en la década de 1860 y los
italianos de Etiopía en 1896. Incluso los más firmes oponentes de los
estados modernos, cuya superioridad en la tecnología de la muerte era cada
vez más abrumadora, sólo podían esperar, en el mejor de los casos,
retrasar la inevitable retirada. Esos conflictos exóticos sirvieron de
argumento para las novelas de aventuras o los reportajes que escribía el
corresponsal de guerra (ese invento de mediados del siglo XIX), pero no
repercutían directamente en la población de los estados que los libraban y
vencían.
Pues
bien, todo eso cambió en 1914. En la primera guerra mundial
participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos
excepto España, los Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza.
Además, diversos países de
ultramar enviaron tropas, en muchos casos por primera vez, a luchar fuera
de su región. Así, los canadienses lucharon en Francia, los australianos y
neozelandeses forjaron su conciencia nacional en una península del
Egeo (...), los Estados Unidos desatendieron la advertencia de
George Washington de no dejarse involucrar en «los problemas europeos» y
trasladaron sus ejércitos a Europa, condicionando con esa decisión la
trayectoria histórica del siglo XX. Los indios fueron enviados a Europa y
al Próximo Oriente, batallones de chinos viajaron a Occidente y hubo
africanos que sirvieron en el ejército francés. Aunque la actividad
militar fuera de Europa fue escasa, excepto en el Próximo Oriente, también
la guerra naval adquirió una dimensión mundial: la primera batalla se
dirimió en 1914 cerca de las islas Malvinas y las campañas decisivas, que
enfrentaron a submarinos alemanes con convoyes aliados, se desarrollaron
en el Atlántico norte y medio (...) En cuanto a las colonias de
las potencias imperiales, no tenían posibilidad de elección..., prácticamente el mundo entero
era beligerante o había sido ocupado (o ambas cosas). En cuanto al
escenario de las batallas, los nombres de las islas melanésicas y de los
emplazamientos del norte de África, Birmania y Filipinas comenzaron a resonar para los lectores de periódicos y los radioyentes —no hay que olvidar que
fue por excelencia la guerra de los boletines de noticias radiofónicas—...
Ya fueran
locales, regionales o mundiales, las guerras del siglo XX tendrían una
dimensión infinitamente mayor que los conflictos anteriores. De un total
de 74 guerras internacionales ocurridas entre 1816 y 1965, una serie de
especialistas de Estados Unidos —a quienes les gusta hacer ese tipo de cosas— han
ordenado por el número de muertos que causaron, las que ocupan los cuatro
primeros lugares de la lista se han registrado en el siglo XX: las dos
guerras mundiales... En conclusión, 1914 inaugura la era de las
matanzas (Singer, 1972, pp. 66 y 131).
…la
primera guerra mundial… comenzó como una guerra esencialmente europea
entre la Triple Alianza , constituida
por Francia, Gran Bretaña y Rusia, y las llamadas «potencias centrales»
(Alemania y Austria-Hungría). Serbia y Bélgica se
incorporaron inmediatamente al conflicto como consecuencia del ataque austriaco contra la primera (que, de hecho, desencadenó el inicio de las hostilidades) y del ataque alemán contra la segunda (que era parte de la
estrategia de guerra alemana). Turquía y Bulgaria se alinearon poco
después junto a las potencias centrales, mientras que en el otro bando la Triple Alianza dejó paso gradualmente a una gran
coalición. Se compró la participación de Italia y también tomaron parte en
el conflicto Grecia, Rumanía y, en menor medida, Portugal. Como cabía
esperar, Japón intervino casi de forma inmediata para ocupar posiciones
alemanas en el Extremo Oriente y el Pacífico occidental... Los Estados Unidos
entraron en la guerra en 1917 y su intervención iba a resultar
decisiva. Los alemanes, como ocurriría también en la segunda guerra
mundial, se encontraron con una posible guerra en dos frentes, además del
de los Balcanes al que les había arrastrado su alianza con
Austria-Hungría. (...) El ejército alemán penetró en Francia por diversas rutas,
atravesando entre otros el territorio de la Bélgica neutral, y sólo fue detenido a
algunos kilómetros al este de París, en el río Marne, cinco o seis semanas
después de que se hubieran declarado las hostilidades. (El plan triunfaría
en 1940.) A continuación, se retiraron ligeramente y ambos bandos —los
franceses apoyados por lo que quedaba de los belgas y por un ejército de
tierra británico que muy pronto adquirió ingentes proporciones—
improvisaron líneas paralelas de trincheras y fortificaciones defensivas que
se extendían sin solución de continuidad desde la costa del canal de la Mancha en Flandes hasta la frontera suiza,
dejando en manos de los alemanes una extensa zona de la parte oriental de
Francia y Bélgica. Las posiciones apenas se modificaron durante los tres
años y medio siguientes. Ese era el «frente occidental», que se convirtió
probablemente en la maquinaria más mortífera que había conocido hasta
entonces la historia del arte de la guerra. Millones de hombres se
enfrentaban desde los parapetos de las trincheras formadas por sacos de
arena, bajo los que vivían como ratas y piojos (y con ellos). De vez en
cuando, sus generales intentaban poner fin a esa situación de parálisis.
Durante días, o incluso semanas, la artillería realizaba un bombardeo incesante
—un escritor alemán hablaría más tarde de los «huracanes de acero» (Ernst
Jiinger, 1921)— para «ablandar» al enemigo y obligarle a protegerse en los
refugios subterráneos hasta que en el momento oportuno oleadas de soldados
saltaban por encima del parapeto, protegido por alambre de espino, hacia
«la tierra de nadie», un caos de cráteres, troncos de
árboles caídos, barro y cadáveres abandonados, para lanzarse hacia las
ametralladoras que, como ya sabían, iban a segar sus vidas.
(...) No
es sorprendente que para los británicos y los franceses, que lucharon
durante la mayor parte de la primera guerra mundial en el
frente occidental, aquella fuera la «gran guerra», más terrible y
traumática que la segunda guerra mundial. Los franceses perdieron casi el 20
por 100 de sus hombres en edad militar, y si se incluye a los prisioneros
de guerra, los heridos y los inválidos permanentes y desfigurados —los gueules cassés
(«caras partidas») que al acabar las hostilidades serían un vivido
recuerdo de la guerra—, sólo algo más de un tercio de los soldados
franceses salieron indemnes del conflicto. Esa misma proporción puede
aplicarse a los cinco millones de soldados británicos. Gran Bretaña perdió
una generación, medio millón de hombres que no habían cumplido aún los treinta
años (Winter, 1986, p. 83), en su mayor parte de las capas altas, cuyos
jóvenes, obligados a dar ejemplo en su condición de oficiales, avanzaban
al frente de sus hombres y eran, por tanto, los primeros en caer. Una
cuarta parte de los alumnos de Oxford y Cambridge de menos de 25 años que
sirvieron en el ejército británico en 1914 perdieron la vida (Winter,
1986, p. 98). En las filas alemanas, el número de muertos fue mayor aún
que en el ejército francés, aunque fue inferior la proporción de bajas en
el grupo de población en edad militar, mucho más numeroso (el 13 por 100).
Incluso las pérdidas aparentemente modestas de los Estados Unidos
(116.000, frente a 1,6 millones de franceses, casi 800.000 británicos y
1,8 millones de alemanes) ponen de relieve el carácter sanguinario del
frente occidental... En efecto, aunque en la segunda guerra mundial el
número de bajas estadounidenses fue de 2,5
a 3 veces mayor que en la
primera, en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos sólo lucharon durante
un año y medio (tres años y medio en la segunda guerra mundial) y no en
diversos frentes sino en una zona limitada. Pero peor aún que los horrores
de la guerra en el frente occidental iban a ser sus consecuencias. La
experiencia contribuyó a brutalizar la guerra y la política, pues si en la
guerra no importaban la pérdida de vidas humanas y otros costes, ¿por qué
debían importar en la política? Al terminar la primera guerra mundial, la
mayor parte de los que habían participado en ella —en su inmensa mayoría
como reclutados forzosos— odiaban sinceramente la guerra.
Sin
embargo, algunos veteranos que habían vivido la experiencia de la muerte y
el valor sin rebelarse contra la guerra desarrollaron un sentimiento de
indomable superioridad, especialmente con respecto a las mujeres y a
los que no habían luchado, que definiría la actitud de los grupos ultra-derechistas de posguerra. Adolf Hitler fue uno de aquellos hombres
para quienes la experiencia de haber sido un Fmntsoldat fue decisiva en sus vidas. Sin embargo, la
reacción opuesta tuvo también consecuencias negativas. Al terminar
la guerra, los políticos, al menos en los países democráticos,
comprendieron con toda claridad que los votantes no tolerarían un baño de
sangre como el de 1914-1918. Este principio determinaría la estrategia de
Gran Bretaña y Francia después de 1918...
El
problema para ambos bandos residía en cómo conseguir superar la parálisis
en el frente occidental (...) Ambos bandos confiaban en la tecnología. Los
alemanes —que siempre habían destacado en el campo de la química—
utilizaron gas tóxico en el campo de batalla, donde demostró ser
monstruoso e ineficaz, dejando como secuela el único acto auténtico de
repudio oficial humanitario contra una forma de hacer la guerra, la Convención de Ginebra de 1925, en la que el
mundo se comprometió a no utilizar la guerra química. En efecto, aunque
todos los gobiernos continuaron preparándose para ella y creían que el
enemigo la utilizaría, ninguno de los dos bandos recurrió a esa estrategia
en la segunda guerra mundial, aunque los sentimientos humanitarios no
impidieron que los italianos lanzaran gases tóxicos en las colonias. El
declive de los valores de la civilización después de la segunda guerra
mundial permitió que volviera a practicarse la guerra química... Los
británicos fueron los pioneros en la utilización de los
vehículos articulados blindados, conocidos todavía por su nombre en código
de «tanque», pero sus generales, poco brillantes realmente, no habían
descubierto aún cómo utilizarlos. Ambos bandos usaron los nuevos y todavía
frágiles aeroplanos y Alemania utilizó curiosas aeronaves en forma de
cigarro, cargadas de helio, para experimentar el bombardeo aéreo, aunque
afortunadamente sin mucho éxito. La guerra aérea llegó a su apogeo,
especialmente como medio de aterrorizar a la población civil, en la
segunda guerra mundial.
La única
arma tecnológica que tuvo importancia para el desarrollo de la guerra de
1914-1918 fue el submarino, pues ambos bandos, al no poder derrotar al
ejército contrario, trataron de provocar el hambre entre la
población enemiga. Dado que Gran Bretaña recibía por mar todos los
suministros, parecía posible provocar el estrangulamiento de las Islas
Británicas mediante una actividad cada vez más intensa de los submarinos
contra los navíos británicos.
La
campaña estuvo a punto de triunfar en 1917, antes de que fuera
posible contrarrestarla con eficacia, pero fue el principal argumento que
motivó la participación de los Estados Unidos en la guerra. Por su parte,
los británicos trataron por todos los medios de impedir el envío de
suministros a Alemania, a fin de asfixiar su economía de guerra y provocar
el hambre entre su población. Tuvieron más éxito de lo que cabía esperar,
pues,…, la economía de guerra germana no funcionaba con la eficacia y
racionalidad de las que se jactaban los alemanes. No puede decirse lo
mismo de la máquina militar alemana que, tanto en la primera como en la
segunda guerra mundial, era muy superior a todas las demás. La superioridad del
ejército alemán como fuerza militar podía haber sido decisiva si los
aliados no hubieran podido contar a partir de 1917 con los recursos prácticamente
ilimitados de los Estados Unidos... los aliados se recuperaron gracias al
envío masivo de refuerzos y pertrechos desde los Estados Unidos, durante
un tiempo pareció que la suerte de la guerra estaba decidida. Cuando los
aliados comenzaron a avanzar en el verano de 1918, la conclusión de la
guerra fue sólo cuestión de unas pocas semanas. Las potencias centrales no
sólo admitieron la derrota sino que se derrumbaron (...)
¿Por qué,
pues, las principales potencias de ambos bandos consideraron la primera
guerra mundial como un conflicto en el que sólo se podía contemplar la
victoria o la derrota total? La razón es que, a diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por motivos
limitados y concretos, la primera guerra mundial perseguía objetivos ilimitados.
En la era imperialista, se había producido la fusión de la política y la
economía. La rivalidad política internacional se establecía en función
del crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo
característico era precisamente que no tenía límites... Era un
objetivo absurdo y destructivo que arruinó tanto a los vencedores como a
los vencidos (...)
A
Alemania se le impuso una paz con muy duras condiciones, justificadas con
el argumento de que era la única responsable de la guerra y de todas sus
consecuencias (la cláusula de la «culpabilidad de la guerra»), con el fin
de mantener a ese país en una situación de permanente debilidad. El
procedimiento utilizado para conseguir ese objetivo no fue tanto el de las
amputaciones territoriales (aunque Francia recuperó Alsacia-Lorena, una
amplia zona de la parte oriental de Alemania pasó a formar parte de la Polonia restaurada —el
«corredor polaco» que separaba la Prusia Oriental del resto de Alemania— y las
fronteras alemanas sufrieron pequeñas modificaciones) sino otras medidas.
En efecto, se impidió a Alemania poseer una flota importante, se le
prohibió contar con una fuerza aérea y se redujo su ejército de tierra a
sólo 100.000 hombres; se le impusieron unas «reparaciones» (resarcimiento de
los costos de guerra en que habían incurrido los vencedores) teóricamente
infinitas; se ocupó militarmente una parte de la zona occidental del país; y se
le privó de todas las colonias de ultramar (...)
Fragmentos de "Historia
del siglo XX" de Eric Hobsbawm: Cap. La era de las
catástrofes.
Viñetas de Jacques Tardi
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