La ola revolucionaria llegó a Caracas, Nueva Granada y Chile.
Por Hugo Chumbita (Historiador)
Caracas y Nueva Granada, al noroeste del Alto Perú, son dos de los territorios liberados. |
En 1810, la revolución ya es un hecho en toda la América hispánica. Los negros y mulatos de Haití mostraron en 1804 que era posible ganar la independencia venciendo a los ejércitos de Francia e Inglaterra, y brindaron su generosa ayuda a los demás patriotas sudamericanos.
En el Virreinato del Río de la Plata, la revolución comenzó por el Alto Perú, el riñón minero, la región más populosa y castigada. Allí, en Chuquisaca, donde aún resonaban los ecos de la gesta de Túpac Amaru y Túpac Catari, la revuelta popular del 25 de mayo de 1809 estableció una junta y propagó el llamado a la emancipación. El alzamiento se reprodujo en La Paz el 16 de julio, y otra junta presidida por Pedro Murillo convocó a todos los cabildos de América a reunirse en congreso, con representación también de los indios, para formar un gobierno independiente.
El 10 de agosto de 1809 la onda insurgente llegó a Quito, donde los criollos que comandaba Juan Salinas formaron una junta autónoma. Este movimiento y el del Alto Perú fueron sofocados por las fuerzas del virrey de Lima, y sus jefes ahorcados o masacrados, pero la lucha resurgió poco tiempo después.
El 19 de abril de 1810, el levantamiento de Caracas creó su propia junta. Simón Bolívar viajó a buscar apoyo y armas a Londres, donde se abrazó con el precursor Francisco de Miranda y auspició su regreso para luchar por la gran federación de los países americanos que concibieron denominar Colombia.
En mayo se constituyó la junta de Buenos Aires, que envió sus expediciones al interior, y se extendió también la revolución en Nueva Granada, empezando con las guerrillas de Casanare y formando juntas en Cartagena y otras ciudades. En Bogotá, el 20 de julio, el movimiento que animaron Antonio Nariño, Camilo Torres y otros sustituyó al virrey por una junta de gobierno patrio.
En México, el párroco mestizo Miguel Hidalgo lanzó el “grito de Dolores” en el Bajío el 16 de septiembre, armando un gran ejército campesino que tomó Guanajuato con la consigna “libertad e independencia”. Otro cura mestizo, José María Morelos, marchó a sublevar la costa del Pacífico, proclamando la igualdad: “A excepción de los europeos, todos los demás habitantes no se nombrarán en calidad de indios, mulatos ni otras castas, sino todos generalmente americanos”. En los meses siguientes se sumaron nuevos jefes y columnas rebeldes, Guadalupe Victoria, el núcleo clandestino de los “Guadalupes” en la capital, y las guerrillas campesinas de Vicente Guerrero en las montañas del sur.
En Santiago de Chile, el 18 de septiembre los criollos instalaron una junta presidida por el anterior gobernador, aunque con mayoría de patriotas, liderados por el mendocino Juan Martínez de Rozas y apoyados por Bernardo O’Higgins.
Si bien todavía habrá que librar muchas batallas y superar enormes obstáculos para alcanzar la liberación continental, el camino emprendido es irreversible.
Artículo extraído de: "1810 el bicentenario: Diario del Bicentenario" Consejo Editorial: Felipe Pigna, Claudio Etcheberry, Beatriz Gentile, Enrique Mases y María Seoane
Artículo extraído de: "1810 el bicentenario: Diario del Bicentenario" Consejo Editorial: Felipe Pigna, Claudio Etcheberry, Beatriz Gentile, Enrique Mases y María Seoane
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